Fueron negociaciones difíciles las de Doha, siempre sucede así. Y los finales de infarto de las conferencias de cambio climático no siempre tienen los resultados que son posibles ni esperados. El agonizante Protocolo de Kioto sigue vivo hasta el 2020, cuando deberá iniciar un nuevo régimen climático que involucre a todos los países por igual (desarrollados y en desarrollo), pero es más un golpe psicológico que efectivo.
El protocolo, siempre sin Estados Unidos y ahora también sin Canadá y Japón, sigue en pie con países que representan solo el 12% de total de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI). Los temas de plazos y financiamiento no dejan de ser álgidos en estos encuentros, sobretodo cuando merodean crisis económicas y cualquier compromiso en este sentido termina siendo poco factible.
Sin embargo, tristemente lo más importante de todo no está sucediendo y es que hasta la fecha los compromisos de reducción de emisiones de los países no garantizan que el incremento en la temperatura del planeta se mantenga por debajo de los dos grados y que las emisiones de GEI no sigan creciendo mientras tanto y, cuidado si no, a un ritmo mayor. Cualquier otra cosa que se diga es solo una intención sin asidero. Todavía faltan 8 años para que entre en vigor un nuevo régimen climático, que primero que nada hay que negociar. Informes están mostrando que vamos rumbo a un aumento en la temperatura de hasta 4 grados con drásticos resultados.
Es como tener a un enfermo terminal agonizando mientras la familia no termina de ponerse de acuerdo sobre el tratamiento.
¿Qué hacer, entonces? Luego de participar en una cumbre climática en un país petrolero como Catar, con una riqueza construida a partir de los combustibles fósiles, que no se escatima en gastos de energía y la gasolina es prácticamente regalada, pareciera que hay poca esperanza para un cambio. Los intereses para no hacerlo son poderosos en el planeta. Sin embargo, cuando se ve en el contexto global lo que países como Costa Rica, con todos sus defectos pero virtudes también, están haciendo a nivel de experiencias concretas, es importante destacar que despúes de todo la lucha contra el cambio climático es más efectiva desde lo local, desde experiencias concretas que puedan ser replicadas.
No se puede pretender que el mundo vaya siempre en la misma dirección, muy frecuentemente sucede todo lo contrario y eso no es pretexto para no tratar de hacer las cosas bien desde donde se esté.
Tuve la oportunidad en Doha de participar en la sesión de la Alianza REDD+, donde Costa Rica presidía, y fue altamente satisfactorio escuchar a los países miembros, todos trabajando para incrementar la cobertura forestal y con ello los stoks de carbono. REDD+ es la iniciativa de reducción de emisiones por deforestación y degradación forestal en países en desarrollo y el rol de la conservación, manejo sostenible de los bosques y mejora de los stocks de carbono.
Los bosques tropicales, por ejemplo, representan un 20% del total de necesidades de fijación de carbono del planeta y ese es solo uno de los beneficios que proveen. Colombia, por ejemplo, destacó cómo REDD+ había representado para ellos también un instrumento importante para la conservación de la biodiversidad.
Cuando un país pequeño como el nuesto, cuya contribución a las emisiones de gases de efecto invernadero es mínima, pero forma parte de una de las regiones más vulnerables a los efectos del cambio climático, llega a una cumbre de estas no solo a hablar, sino a mostrar lo que está haciendo y ha dado resultado, lo local cobra valor.
Sin duda, tenemos mucho que mejorar y cambiar, pero cuando el país es un referente mundial por haberle dado un valor a sus recursos naturales, en procesos sostenidos como el Programa de Pago por Servicios Ambientales, que convierte a Costa Rica en el mayor comprador de carbono forestal del mundo, y lleva a cumbres como la de Doha experiencias concretas de alianzas público-privadas con empresas grandes y pequeñas en otros campos como la mitigación y adaptación de la agricultura al cambio climático, es que podemos decir que algo estamos haciendo bien. También, que el país tiene el potencial de seguir sirviendo como piloto para replicar experiencias en otras realidades y obtener financiamiento para continuar con su trabajo.
Costa Rica es pequeña pero es escuchada y tiene autoridad en foros internacionales. No hay que perder eso de vista.
Y no queda otra: el cambio climático es como una enfermedad con la cual hay que aprender a vivir, y mucha de la calidad de vida que podamos tener pese a esta, depende de nosotros mismos, del cambio que podamos lograr desde nuestra realidad comunitaria, empresarial y familiar
Fuente: Programa local de adaptación al cambio climático