Hoy 3,3 billones de personas viven en entornos urbanos. Para 2050 se estima duplicar esta cifra, dos de cada tres personas habitarán ciudades.

Los modelos actuales de economía especulativa, responsables hasta ahora de dinamizar el sistema, se encuentran en entredicho. Las ciudades son hoy sumideros energéticos y materiales,  enormes organismos absolutamente dependientes de suministros externos, de paisajes primarios productivos situados a cientos, a veces miles, de kilómetros. Más allá de las evidentes consecuencias medioambientales, esta dependencia produce unos mapas de relaciones extremadamente tensionados, frágiles y nada resilientes.

Se hace urgente por tanto, tal y como ocurrió en la primera revolución industrial, reinventar el concepto, las herramientas y los objetivos mismos de la disciplina del urbanismo.

El urbanismo, en sus diferentes versiones consecutivas, ha consistido siempre en desplegar sistemas territoriales capaces de generar valor añadido sobre los paisajes preexistentes. Y el paisaje preexistente que el urbanista se encuentra hoy en día dista mucho de ser el edén inexplotado que se encontraban las primeras ciudades del neolítico, o el paisaje agrario que se encontraban las expansiones urbanas de finales del s.XIX. La misión más crítica del urbanista contemporáneo es la de dotar de productividad e inteligencia a tejidos urbanos heredados y con frecuencia caducos.

Las ciudades deben volver a ser productivas, integrar en su estructura ciclos completos de generación, almacenaje, consumo y procesado en todos los ámbitos (energía, recursos, materia, alimentos, información….) Y debe hacer esto persiguiendo esquemas distribuidos, flexibles, reactivos y resilientes.

Una mirada multiescalar es fundamental para afrontar este cambio de paradigma. Desde el Instituo Avanzado de Arquitectura de Cataluña (IAAC) se están llevando a cabo desde hace años investigaciones, propuestas y prototipos que exploran estas ideas desde diferentes escalas. Desde la escala del microchip doméstico autofabricado, capaz de medir niveles de polución, ruido o consumo energético, mapear en tiempo real la ciudad de forma distribuida, basada en un ciudadano activo y participativo. Hasta la escala del espacio público inteligente y reactivo, capaz de adaptarse a las oscilaciones de tráfico, capaces de gestionar grandes eventos o imprevistos con la naturalidad orgánica de un organismo vivo. Pasando por la escala del prototipo arquitectónico donde la estructura geométrica material, energética e informacional son un reflejo responsivo del medio ambiente en el que se insertan.

Fuente: ethic la vanguardia de la sostenibilidad

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